La NASA, con un estudio de los datos del telescopio espacial WISE, trajo malas noticias para conspiranoicos y amantes de la pseudociencia: es muy probable que el Planeta X no exista. La búsqueda, sin embargo, no está siendo realizada para satisfacer a esas personas que dicen amar el misterio; hay motivaciones científicas concretas. La existencia de un objeto muy masivo a grandes distancias podría explicar la recurrencia de extinciones masivas en la Tierra, ya que su gravedad podría perturbar los cometas que habitan la Nube de Oort —la región más externa del Sistema Solar— causando que ingresen en el interior del Sistema Solar, aumentando la probabilidad de un impacto en la Tierra.
A pesar de que WISE lleva encontradas más de tres mil nuevas estrellas, incluso algunas muy cercanas, cada vez se descarta más la existencia del Planeta X.
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Asteroide 2000 EM26: uno que no pasó tan tan cerca
Más de doscientas treinta mil personas, 230.000 personas, están mirando el stream de Slooh, esperando a ver si un asteroide que no debería caérsenos en la cabeza se nos cae en la cabeza. El asteroide tiene un nombre digno de astrónomos: asteroide 2000 EM26. Tan digno, como el hecho de que hace diez años que no se logra observar.
El asteroide 2000 EM26 debería ser uno de objetos potencialmente peligrosos que, luego de observaciones más cuidadosas, bajan de la categoría de peligrosos a simplemente ser NEOs —objetos cercanos a la Tierra—. Y hace diez años que no se observa. Está pronosticado que pase a una distancia de tres millones de kilómetros —3.000.000 km—: a más de ocho veces la distancia de la Tierra a la Luna: bastante cerca. Sin embargo, hace un año, al mismo tiempo que ocurrió el incidente con el meteoro en Rusia, pasó un asteoide a 30.000 km de la Tierra. Es decir, que el asteroide 2000 EM26 está pasando bastante cerca de la Tierra, pero no tanto.
La estructura más grande del Universo
La cosmología actual se basa en un principio un poco extraño, el Principio Cosmológico: a grandes escalas el Universo es homogéneo, que tiene una consecuencia más rara todavía: no importa dónde alguien se encuentre en él, para cualquier lugar hacia donde mire todo va a ser bastante parecido –como cuando uno está en un barco en el medio del mar y sin tierra a la vista–. La homogeneidad a grandes escalas pone de alguna forma un límite al tamaño de las estructuras en el Universo. Encontrar una estructura muy grande haría que deje de ser cierto que es lo mismo ver en cualquier dirección; que es justamente lo que parece haber ocurrido: hace un par de meses se descubrió lo que parece ser la estructura más grande del universo.
La estructura es lo que se conoce como un gran grupo de quásares –LQC, por sus siglas en inglés–. Los quásares son objetos relativamente raros. Al ser muy brillantes, se conocen bastantes y estos grupos no son nada nuevo. Lo sorprendente de este nuevo grupo es su longitud: cuatro mil millones de años luz: un tercio del diámetro del Universo. Su volumen, además, es un treinta por ciento más grande de lo que debería poder observarse en una estructura de este tipo.
Los científicos hacen preguntas, elaboran teorías y prueban si funcionan al observar experimentos diseñados por ellos o por la naturaleza. Si la teoría parece funcionar, buscan preguntas nuevas y, generalmente, más profundas para hacerle a sus teorías para así seguirlas probando y puliendo. Este proceso nunca se detiene y, a pesar de que en la vida cotidiana se suele asumir que la ciencia está llena de certezas, la realidad es todo lo contrario; como decía Bertrand Russell: aunque parezca paradójico, las ciencias exactas están dominadas por la idea de la aproximación.
La aproximación más fundamental en las teorías son los principios, cosas que parecen funcionar y suelen tener muy buenas justificaciones, pero que son propensas a ser un reflejo de prejuicios de los científicos. Por más fundamentos que tengan, la naturaleza no es lo que los científicos –o cualquier persona– quieren que sea y todo el tiempo trae sorpresas.
Este descubrimiento no significa tirar todas las teorías cosmológicas y empezar de nuevo. Aquí entran en juego reglas estadísticas, y que haya un caso excepcional no implica una tendencia. Pueden aparecer nuevas observaciones que refuten las de ahora o alguien que encuentre un error en la lógica que se utilizó para este trabajo.
Por el otro lado, siempre es bienvenido encontrase que las teorías no sirven y arrancar otra vez desde el principio. Después de todo, así funciona la ciencia y es precisamente en esos momentos cuando los avances más increíbles y significativos ocurren.
Si Saturno se llamara Francisco o Romina, ¿dejaría de tener anillos?
Si alguien les preguntara cuántos planetas hay, ¿cuántos dirían? Es una pregunta totalmente válida, hace unos años hubo bastante escándalo con ese tema entre los astrónomos y algunos no están muy contentos con el resultado: Plutón ya no es un planeta.

Para empezar, las palabras por si solas no significan nada: la parte importante de una palabra a lo que está asociada: el concepto que encierra. Ejemplos claros son los pronombres demostrativos, como aquel. Aquel es muchas cosas: un auto, un árbol, un bicho, un pato, un globo, un zapato, una persona; basta un movimiento de la cabeza o un dedo para indicar a qué cosa en particular nos referimos con él.
La palabra planeta no es la excepción. Sin embargo, a diferencia de aquel –cuyo significado está en el diccionario–, antes de todo el quilombo de planetas que se agregaban y sacaban, no existía una definición formal de la categoría: un planeta era un planeta, como una palabra que sabemos hasta que nos preguntan qué significa. En realidad, siendo justos, el diccionario tiene una definición de planeta –y la tenía también en ese momento–. De hecho, siendo más justos, el diccionario tiene varias definiciones y eso no está bueno.
En un 2006, a partir de que los nuevos objetos que se fueron encontrando desde los noventa era evidente que el concepto necesitaba ser revisado. En una semana se agregaron como tres planetas a la lista, y luego se dejaron ocho y una división en categorías. Ahora hay planetas, planetas enanos y objetos menores del Sistema Solar.
Plutón no es más un planeta, ahora es una planeta enano. O sea, que Plutón sigue siendo un planeta –enano–; pero no es un planeta.
Las ambigüedades se acentúan al mirar los criterios que se utilizan para cada asignar los cuerpos celestes a cada categoría. Y la gente –incluyendo los varios astrónomos– se pelean, porque un planeta es más importante que un planeta enano, porque es un planeta –y no un planeta enano–; como si el nombre cambiara su historia o sus características.
Si Saturno se llamara Romina o Francisco, ¿dejaría de tener anillos?