
Si Alguien mira con detenimiento al cielo de una noche despejada, dependiendo de donde, esté, verá rosa o negro y un par de estrellas o unas cientos; menos rosa y menos un par entre más pequeña y más alejada esté la ciudad más cercana; y, a Alguien, mayor fascinación le causará entre menos pesimista sea el escenario —y más bohemio pretenda ser—. En el mejor de los casos, dirá que ¡hay millones de estrellas!, cuando en realidad solo ve una centena, y pierde la cuenta cuando llega a diez o veinte. Ese ¡millones! exagerado, que probablemente haya querido sonar a ¡miles!, pero que claramente representa a cientos es el resultado de una astronomía que no se ve —no con los ojos, al menos—.
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